Porque sencillamente se puede

Cómo podía romperse el corazón de una persona irreparablemente y aún así seguir adelante, preparando el café, comprando sábanas, haciendo camas y asistiendo a reuniones. Se levantaba, se duchaba, se vestía, se acostaba, pero una parte suya había muerto. En otros tiempos Mary Stuart se había preguntado cómo era posible vivir así, lo que despertaba en ella era una curiosidad morbosa. Ahora lo sabía. Sencillamente se seguía viviendo. El corazón seguía latiendo y se negaba a dejarte morir. Seguías caminando, hablando y respirando aunque por dentro estuvieses deshecha. Y se dio cuenta de algo que siempre había temido: que al final uno se queda solo. Era ella quien tenía que superar su desgracia y seguir adelante.

lunes, 5 de julio de 2010

Oye... Hey, tú, oye... ¡Hey! ¡No me ignores así! ¡Mírame, por Dios Santo! Idiota, ¿Por qué tienes esa cara de embobada? Has llevado así todo el rato mirando a ese chico. No está mal, querida, tengo que admitirlo, pero... ¡Yo soy mejor que esa cosa! ¿Acaso no me ves? No, claro que no. Sólo tienes ojos para él. Para tu "Peter Parker". Lo siento nena, tengo que decírtelo. Él es Spider-Man. Te lo ha ocultado toda la vida. ¿Nunca te preguntaste por qué jamás llegaba a tiempo a tus cumpleaños, cenas, bodas de aniversario, invitaciones a tus obras, hasta una sencilla caminata por el parque? ¡Bingo! Adivinaste. ¡Porque se la pasa salvando vidas! ¡Porque es el Hombre Araña, el superhéroe que todos admiran y a la vez detestan! Pero eso último no debería importarte. A lo que realmente debes prestarlo atención es a que te mintió. "P-pero si confiaba en mí" dirás. Es un secreto muy bien guardado, cariño. No puede andar divulgando que tiene poderes -capaces de salvar a la Humanidad, y a la vez destruirla- a todas las personas. Ni siquiera a tí. ¿Eso es triste, verdad? ¿Por qué no confió en tí? ¡Pero si eres la persona más cercana a él, además de la tía May, incluso de Harry Osbourne, de todos! Estuvo enamorado de tí desde que tenía seis años, viven uno al lado del otro, y... eso no parece bastar para que tenga la plena confianza en tí. De verdad, lo mereces. Eres una persona maravillosa, cielo. Es tan sólo que no parece suficiente. ¿Pero lo es para tí? ¡No, no debería serlo! ... ¡Pero si él te mintió, te engaño vilmente, es un bastardo!... ¿Dices que lo hizo para protegerte? Quiere que creas sus mentiras, no quiere perder a una chica tan hermosa como tú, pero la triste verdad es que no le importas un comino. Si no, ya te hubiera revelado hasta la última palabra de su secreto, ¿O me equivoco?.. ¿Lo hizo para salvarte? ¡Patrañas, y más patrañas! ¡Hey, y quita tu cara de embobada otra vez! Aish, Dios, la juventud de ahora es más idiota que en nuestra época. ¿Que no te importa que no te lo haya dicho, lo seguirás amando igual? ¡Menuda estupidez! Ya comprendo, nada de lo que diga podrá convencerte, ¿Eh? Y una mierda, me voy de este lugar putrefacto. ¡Eh, barman, un último trago por favor!
Madeleine ríe de infelicidad. Madeleine se lamenta por ser la portadora de tanta desdicha. Madeleine se enoja, ya que las chicas grandes no lloran. Esa es la más grande de las blasfemias. Claro que lloran, y más de lo que desearía. Madeleine siente que fue todo su culpa. Si hubiera estado allí para evitar que el fuego avivara su destructiva y temerosa llama, aquello no habría ocurrido. Madeleine lo recuerda. Recuerda con sencilla inocencia pero dolido sufrimiento cómo la cabaña de madera en la que había vivido durante años, se desmoronaba en algo más que pocos segundos, arrastrando consigo a todos los habitantes de ella. Madeleine quiere desaparecer. No quiere morir, simplemente quiere desaparecer. Irse a otro plano dimensional de ese mundo cruel que le arrebató lo que quería más que a su vida mísma. Quiere borrarse de la faz de la Tierra, y surcar otras aguas, pisar otras tierras, y respirar otros aires. No quiere quedarse allí. Tarde o temprano, el pasado la encontrará, y está seguro que no podrá resistirlo. Madeleine se pasa una manga de su remera por la mejilla, y continúa caminando. Allí, en ese pedazo de tela, queda el vestigio de su dolor: una lágrima.