Porque sencillamente se puede

Cómo podía romperse el corazón de una persona irreparablemente y aún así seguir adelante, preparando el café, comprando sábanas, haciendo camas y asistiendo a reuniones. Se levantaba, se duchaba, se vestía, se acostaba, pero una parte suya había muerto. En otros tiempos Mary Stuart se había preguntado cómo era posible vivir así, lo que despertaba en ella era una curiosidad morbosa. Ahora lo sabía. Sencillamente se seguía viviendo. El corazón seguía latiendo y se negaba a dejarte morir. Seguías caminando, hablando y respirando aunque por dentro estuvieses deshecha. Y se dio cuenta de algo que siempre había temido: que al final uno se queda solo. Era ella quien tenía que superar su desgracia y seguir adelante.

lunes, 6 de diciembre de 2010

(Respira profundo y se golpea contra el borde del cajón del escritorio) Great. Fucking great. (Respira otra vez) Primera nota escribiendo desde mi nueva netbook. Se siente... bien y extraño, en cierto modo. Nunca pensé que podría tener una -noporquelasituacióneconómicasinoporidealespaternosbtw- pero ahora que escribo se siente muy bien. Siento libertad, y eso es raro. Es mía, totalmente mía. Puedo escribir las cosas que quieras, cuantas cosas quiera, en el momento que quiera y nadie va a poder negarme nada. Fucking fantastic. Srsly, no sé cómo explicarlo. Se siente... genial. Y cómo tributo, además de que hoy cumplo la fecha dorada de toda adolescente, voy a escribir algo que se me ocurra jrn.

Titania extendió sus alas negras y permitió que, poco a poco, una tras una, fueran cayendo al suelo, cual si fueran pétalos marchitos de una rosa negra, envenenada y ponsoñoza. Y así se encontraba ella también. Malditamente oscurecida por dentro. ¿Y todo por quién? Por él. Si desde que había pisado tierra firme, todos los problemas, todas las cuestiones, todos los razonamientos, las preguntas, las respuestas, las dudas, el miedo, el rechazo, la felicidad, las lágrimas, habían venido de la mano de él. Se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Él tenía razón, y ella lo sabía. Que lo negara rotundamente repetidas veces no tenía ya sentido alguno. Pero es que no quería verse obligada a aceptar la cruda verdad... No después de todas las maravillosas experiencias por las que había pasado, y por las que dudaba que se arrepintiera aunque le rasgasen el alma en ínfimos pedazos... Estaba segura que ni siquiera si "ellos" le hubieran avisado, hubiera decidido echarse para atrás y no haber cumplido con la misión para la cual había sido convocada. Y es que usaba la misión como una miserable excusa. La verdad era otra, y bien que lo sabía. "Deja de mentirte, ya..." "Vale, lo haré." "Mientes." No podía manejarlo.
Las plumas negras rozaban con suavidad la superficie sólida del suelo y se disolvían en una lenta estela grisácea. Cada vez era mayor la cantidad de plumas que caían de forma silenciosa pero continua. Se habían resignado incluso antes que ella a lo que veían venir, como algo irremediable, algo que no poseía reparo alguno. "Te has metido en un jodido problema, idiota." "Ja, como si no estuviera enterada del asunto." "Si lo estás, haz que parezca. No te quedes llorando sin hacer nada. Debiste haberlo escuchado cuando te dij-..." "¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cierra tu endiablada boca y cállate! ¡Véte! ¡Véte lejos, anda, márchate, salva tu pellejo como siempre lo haces, vamos, atrévete! ¡No quiero escucharte más, me tienes harta! ¡Quiero que te largues, ahora!" La había hecho enojar. Se lo había buscado, de todas formas. Pero ella también tenía razón. "Porque un ángel jamás debe tocar el suelo..."

Y seguiría escribiendo, pero tengo que llevar al perro a bañar, y ¡Oh lalá! No sé cómo lo voy a hacer porque él me arrastra a mí en vez de yo a él. Ah, y además, esto se está quedando sin batería, así que sería mejor que lo ponga a cargar y suba esta entrada rapidito. Yey.

domingo, 1 de agosto de 2010


Kaien suspiró de pesar. Estaba cansado de levantar la mirada y escrutar a la multitud para divisarla. Aquello apestaba. ¡Era un aeropuerto, qué esperaba por Dios Santo! Y en plena hora pico... no debería haber dejado a Gell sólo. Si hubiera sabido que iba a pasarse sus próximas catorce horas de vida sentado en un banco gris y duro de un aeropuerto en Dublín, no hubiera salido pitando de su hogar ni se hubiera dejado notar por los humanos taxistas. Todavía recordaba con cierto resentimiento cómo había gritado aquél pobre hombre al ver que nohabía nadie en el taxi, y aún así, la puerta se abría sóla y dejaban un fajo de billetes en el asiento del copiloto. ¡Haberle agradecido al menos el dinero! Pero en vez de eso, había pisado el acelerador y se había borrado de la faz de la tierra. Kaien se tapó los ojos con las manos y se levantó del asiento. No llegaría, era inútil esperar. Recogió su chaqueta del respaldo y se encaminó a la salida. Parecía que en cualquier momento el aeropuerto reventaría por tal conglomerado de personas. Kaien no se sentía a gusto con ello. Prefería la soledad y la tranquilidad una y mil veces. Dio un paso adelante, y luego otro. De pronto, al intentar avanzar con rapidez ya que se dispersaba la multitud, chocó contra un cuerpo, y cayó de bruces al suelo.
-Pero qué... -dijo Kaien, tocándose la cabeza. ¿Cómo se había chocado con un humano? Eso era físicamente imposible, a menos claro... que lo que sea que hubiera chocado no fuera humano. Se levantó con ligereza, y al bajar los ojos, la sorpresa lo conmocionó. La había encontrado... Después de haberla buscado por siglos, seguía tan pura, angelical y radiante antaño había sido cuando ambos trabajaban en la Corte. Era ella, sin duda alguna... Madeleine, su querida esposa.

lunes, 5 de julio de 2010

Oye... Hey, tú, oye... ¡Hey! ¡No me ignores así! ¡Mírame, por Dios Santo! Idiota, ¿Por qué tienes esa cara de embobada? Has llevado así todo el rato mirando a ese chico. No está mal, querida, tengo que admitirlo, pero... ¡Yo soy mejor que esa cosa! ¿Acaso no me ves? No, claro que no. Sólo tienes ojos para él. Para tu "Peter Parker". Lo siento nena, tengo que decírtelo. Él es Spider-Man. Te lo ha ocultado toda la vida. ¿Nunca te preguntaste por qué jamás llegaba a tiempo a tus cumpleaños, cenas, bodas de aniversario, invitaciones a tus obras, hasta una sencilla caminata por el parque? ¡Bingo! Adivinaste. ¡Porque se la pasa salvando vidas! ¡Porque es el Hombre Araña, el superhéroe que todos admiran y a la vez detestan! Pero eso último no debería importarte. A lo que realmente debes prestarlo atención es a que te mintió. "P-pero si confiaba en mí" dirás. Es un secreto muy bien guardado, cariño. No puede andar divulgando que tiene poderes -capaces de salvar a la Humanidad, y a la vez destruirla- a todas las personas. Ni siquiera a tí. ¿Eso es triste, verdad? ¿Por qué no confió en tí? ¡Pero si eres la persona más cercana a él, además de la tía May, incluso de Harry Osbourne, de todos! Estuvo enamorado de tí desde que tenía seis años, viven uno al lado del otro, y... eso no parece bastar para que tenga la plena confianza en tí. De verdad, lo mereces. Eres una persona maravillosa, cielo. Es tan sólo que no parece suficiente. ¿Pero lo es para tí? ¡No, no debería serlo! ... ¡Pero si él te mintió, te engaño vilmente, es un bastardo!... ¿Dices que lo hizo para protegerte? Quiere que creas sus mentiras, no quiere perder a una chica tan hermosa como tú, pero la triste verdad es que no le importas un comino. Si no, ya te hubiera revelado hasta la última palabra de su secreto, ¿O me equivoco?.. ¿Lo hizo para salvarte? ¡Patrañas, y más patrañas! ¡Hey, y quita tu cara de embobada otra vez! Aish, Dios, la juventud de ahora es más idiota que en nuestra época. ¿Que no te importa que no te lo haya dicho, lo seguirás amando igual? ¡Menuda estupidez! Ya comprendo, nada de lo que diga podrá convencerte, ¿Eh? Y una mierda, me voy de este lugar putrefacto. ¡Eh, barman, un último trago por favor!
Madeleine ríe de infelicidad. Madeleine se lamenta por ser la portadora de tanta desdicha. Madeleine se enoja, ya que las chicas grandes no lloran. Esa es la más grande de las blasfemias. Claro que lloran, y más de lo que desearía. Madeleine siente que fue todo su culpa. Si hubiera estado allí para evitar que el fuego avivara su destructiva y temerosa llama, aquello no habría ocurrido. Madeleine lo recuerda. Recuerda con sencilla inocencia pero dolido sufrimiento cómo la cabaña de madera en la que había vivido durante años, se desmoronaba en algo más que pocos segundos, arrastrando consigo a todos los habitantes de ella. Madeleine quiere desaparecer. No quiere morir, simplemente quiere desaparecer. Irse a otro plano dimensional de ese mundo cruel que le arrebató lo que quería más que a su vida mísma. Quiere borrarse de la faz de la Tierra, y surcar otras aguas, pisar otras tierras, y respirar otros aires. No quiere quedarse allí. Tarde o temprano, el pasado la encontrará, y está seguro que no podrá resistirlo. Madeleine se pasa una manga de su remera por la mejilla, y continúa caminando. Allí, en ese pedazo de tela, queda el vestigio de su dolor: una lágrima.

jueves, 3 de junio de 2010

Me asfixio. Por favor, sálvame. Por favor, por favor. ¡Cómo desearía odiarte! Cómo lo deseo... ¡Pero no te encuentro ningún defecto! Vamos, vamos, insúltame, grítame, ódiame... háblame...



PERO NO ME ALEJES.
Ya no me sale escribir. Tengo un bloqueo mental, y odio sospechar el porqué. No soy nada. No soy nada sin vos. No puedo escribir. Ocupas cada espacio en mi mente. No puedo escapar. No puedo. No puedo. ¡Es tan duro admitirlo!

viernes, 21 de mayo de 2010


Hace frío... ¿Por qué hace hay tan poca temperatura? No siento mi cuerpo. Me duele la cabeza, y todo está tan oscuro...
Está nevando. Lo sé. No puedo explicar la razón, pero siento cada copo de nieve tocar el suelo y fundirse con los demás. Los escucho incluso dentro de la cueva. No hay nadie aquí más que yo. Afuera, el crudo invierno me acecha. Me llama hacia él. Quiere devorarme, al igual que todos los animales que estan cazando allí entre la nieve. Estan esperandome, y ni siquiera puedo moverme. Esfuerzo a mis párpados a abrirse, pero se rehusan a obedecerme.
Algo gotea.
El rugido de la bestia atraviesa el bosque, perfora la nieve y penetra en la cueva. Un grito mudo se cierne en mi mente. Otra vez no, por favor... Sé que la bestia volverá a atacar.
Algo gotea.
No tengo tiempo ni siquiera para dirigirle un último pensamiento. La nieve continúa cayendo, y es probable que nadie se entere nunca jamás de mi existencia. Ya no hay tiempo. Ya no hay tiempo.
Algo gotea.
(La sangre no se detiene. La herida no sana. La infección avanza. La vida se acorta.)

Oh Muerte, llévame contigo, gánale a la bestia, coróname en el Infierno, y por sobre todas las cosas: Nunca me apartes de él.
Te extraño, y la vida continúa. Te necesito, y el mundo prosigue su ciclo. Te amo, y lo repito una y otra vez frente al espejo.

domingo, 21 de marzo de 2010

Baldosa #




La lluvia caía continuamente, sin interrupción alguna. Ella caminaba apresurada, apretando con firmeza el paraguas y cuidando de no chocar contra ningún transeunte al marchar sobre las concurridas calles de la ciudad. La aglomeración de personas la encapsulaba y no la dejaba en paz. Caminó por avenidas, calles, y atajos hasta llegar a la esquina donde se hallaba el Café Des Angelis. Aquél lugar le traía recuerdos tan lejanos...


Paró en seco. En la calle, los autos arrancaron a toda velocidad. Por encima de ellos, el semáforo estaba en rojo para los peatones. Ella odiaba ese color. Había llevado toda una vida en su contra...o gran parte de ésta. Lo miró impaciente, retándose mentalmente por no haber tomado prestado el auto de sus padres. Debería haber previsto que la lluvia inminente azotaría toda la región de un momento a otro. Y así estaba ocurriendo.


Una luz verde la sacó de sus cavilaciones. Cruzó la avenida, y siguió caminando con una velocidad más rápida. Daniel la estaría esperando...


Las pupilas se le ensancharon. Respiró profundo para contener las lágrimas que amenazaban con salir y mezclarse con la lluvia; dio pasos firmes y prosiguió su andar.


"Qué tonta" .


El agua continuaba precipitándose sobre la tierra. El mundo seguía su curso, sin pensar en detenerse, sin meditar siquiera en los problemas que surgían en él. Estaba totalmente prohibido descansar.


Ella se abrió paso en la multitud de personas -que como ella mísma- querían llegar sanos y secos a sus hogares. Era el infierno estar allí, apelotonado en el montón. Ella empujó, y chocó sin querer contra un cuerpo. Trastabilló, y al hacerlo, pisó una baldosa floja. El barro y el agua se impregnaron en sus pantalones y en sus zapatos.


-Mierda. Disculpe...- comenzó a decir Ella. Al levantar la vista la persona había desaparecido. Se volteó para localizarlo con la mirada, pero fue imposible. Se había ido cómo alma que llevaba el diablo. Un ramo de rosas, sin embargo, había caído en el suelo, cómo único vestigio del pequeño incoveniente que la había tenido como protagonista. Las flores se hallaban semitapadas por el agua de las baldosas. El barro y la suciedad habían hecho su trabajo. Ahora, las anteriores rosas, eran un ramo inservible. Algo que no se podía apreciar y que probablemente sería pisoteado hasta desaparecer.


Ella fijó su vista en las rosas. La baldosa en la que habían caído estaba repleta de agua. Una lágrima caprichosa osó salir de la jaula de sus ojos: rodó por su mejilla, resbaló por el mentón y cayó en la baldosa. Ella se agachó, conmocionada. Dejó su paraguas a un lado. En esos momentos no le importaba empaparse por completo. Sentía como la gente rozaba sus piernas contra sus brazos, cómo el mundo continuaba girando y moviéndose. Más sin embargo, el tiempo se había detenido para Ella.


Había visto su rostro. Estaba segura de ello. Era el rostro de Daniel en la baldosa. Sí, allí mismo. Apoyó delicadamente su palma en ella. El agua se enturbió. La quitó con rapidez. Y seguían estando. Sus facciones. Estaba sonriendo. Ella recordaba cuando lo hacía: sus ojos emitían una chispa mágica y atrapante -se le forrmaban pequeñas arrugas alrededor de ellos-, su nariz se arrugaba también, y su sonrisa se torcía en la comisura derecha. Conocía su rostro de memoria. Aquellas mañanas de descansos que nunca volverían, había aprovechado para recordar exactamente cada parte de su rostro.


No podía quitar los ojos de la baldosa. Un dolor profundo y agudo se le clavó en el pecho. Conocía esa sensación. Su corazón se tornaba un alfiletero, y cada recuerdo de Daniel, una aguja fría y punzante que la atravesaba de punta a punta. En esos momentos le costaba respirar, y el aire abandonaba poco a poco su cuerpo. Tenía que ser fuerte. Por ella y por los seres que amaba. Daniel... deseaba ahogar su nombre en la baldosa. Apretar la mano en su pecho y desechar su corazón. ¿De qué servía? Sólo le causaba dolor y tristeza. Nada tenía sentido en esos momentos. Ella se puso a reflexionar. Su vida entera había sido una escultura. Un pedazo de mármol al nacer y crecer, material inservible para cualquier artista. Pero Daniel, ah, Daniel había sabido darle forma y moldearla a su manera. No había sido fácil, pero lo había conseguido... ¿Y ahora? Daniel se había desecho de su obra, clausurado su museo, y borrado todo su pasado. Ya no le restaba hacer nada. Por dentro estaba muerte. La escultura había sido destruida a golpes. Cada pedazo era irreconocible. Sobreviviría, claro que sí, ya que no tenía el valor suficiente como para quitarse la vida.


Envidiaba a los muertos. Ellos no tenían que lidiar con problemas. Habían cerrado los ojos y ya.


La baldosa seguía devolviéndole la imagen de Daniel. Su pelo castaño llegaba a cubrirle toda la frente y las cejas. Sus ojos eran del color de la tormenta, como lo recordaba Ella. Apoyó nuevamente la mano en la baldosa. Apartó la vista con esfuerzo, y cerró los ojos. Al abrirlos nuevamente, la imagen había desaparecido. Dirigió una mirada a las rosas. Habían perdido su color, y un bordó oscuro había tomado posesión de todos sus pétalos. Pestañeó varias veces seguidas. Se incorporó y volvió a refugiarse bajo su paraguas. Respiró hondo, y pisó la baldosa con fuerza. Lejos de allí, en el cielo, los ojos de Daniel la observaban.

viernes, 12 de febrero de 2010

¿Y si la segunda opción, fuera igual de buena?

Julieta y Romeo se encontraron en la habitación de ella, poco antes de llevar a cabo su plan, el plan que los liberaría a ambos para siempre y les otorgaría la máxima de las dichas: el amor apasionado y correspondido.
Mientras Romeo dormitaba, Julieta meditaba. Sentía el placer casi exquisito de rozar la libertad con la punta de los dedos. Se hallaba tan cercana, que le daba alegría y a la vez miedo. ¿Y si algo malo ocurría? No debía pensar lo peor pero era inevitable. El solo pensamiento de ver a Romeo en peligro la ponía nerviosa. Su amor era infinito y puro: tan puro como la nieve blanca. Pero al pensar en ello, no podía evitar sentir tristeza por Paris, su matrimonio arreglado. El muchacho no tenía ni la culpa ni la suerte de ser elegido para comprometerse con una Montesco.
Un sonido la sacó de sus pensamientos. Provenía del balcón. Se levantó de la cama y abrió de par en par las ventanas, creyendo que se trataría de un animal o el viento al soplar contra los árboles. No distinguió nada fuera de lugar, y luego de varios minutos de estática observación, entró nuevamente a su habitación. Un sonido más fuerte que el anterior provocó el susto por parte de Julieta. ¿Quién osaba importunarlos de esa manera? Se cercioró de que Romeo continuara dormitando y caminó hacia el balcón, con el motivo de descubrir quién era el causante de tanto ruido.
-¡Chst! ¡Julieta! ¡Aquí abajo!
-¿Quién osa llamarme al balcón, sabiendo de antemano que seréis castigado por tu atrevimiento?
-Me ofendéis al no recordar mi voz. Más estoy seguro que reconocerías la voz de Romeo, aunque tuvierais que atravesar hielo y fuego, tierra y aire, ¿O me equivoco acaso? Pues bien, te diré mi nombre: he de llamadme Paris. Y he venido esta para noche para dialogar si es posible.
-¡Oh Paris! ¡Rehúsa a tus vanos intentos, pues no encontrareis en ellos más que miseria y desgracia!
-¡El que ha de decidir tales cosas no eres tú! Me habéis cegado con vuestra belleza, vuestra dulzura y encanto. Las veces que la observo, se asemeja más a Atenea que a una simple mortal. ¡Qué ha de importarme que mis sentimientos no sean correspondidos! ¡He de descargar todo lo que llevo adentro, y no he podido deciros pues no se ha presentado ocasión oportuna! ¡Ten por seguro que este amor es sinónimo de condena, más resta importancia y se desvanece en la oscuridad absoluta, cuando esboza esa tímida sonrisa en su rostro, o cuándo pronuncia mi nombre, melodía sobre sus labios!
-¡Paris ya basta! ¡No seas ingrato, ya que Romeo se encuentra en la habitación y podría oírnos!
-Julieta, poco me concierne tu amado. Tan sólo lo veo como un rival, una espina venenosa, o un muro de piedra que no es posible matar, arrancar o destruir. Pero no estoy aquí para hablar de eso. Dime Julieta, ¿Eres realmente feliz con él a tu lado?
Julieta permaneció en silencio, observando los penetrantes ojos de Paris y asimilando lo que éste había confesado.
-Claro que sí, me llena de dicha estar junto a él. ¡De verdad Paris, que me desgarráis por dentro! No merecéis vivir de esta manera, amando a quién no te ama, pretendiendo a quién no te pretende.
-Es que no lo comprendéis, Julieta. No podré amar a nadie más como te amo a ti. La agonía viene de la mano con el amor, y así lo he aceptado.
-Pues has obrado mal Paris. También te desgarrareis por dentro, sintiendo miles de fieras salvajes destruyendo vuestro interior, y la agonía te será todavía más grande.
-El momento llegará cuándo deba llegar y lo esperaré hasta entonces. ¿Es que no hay posibilidad alguna de que compartáis mis emociones y pensamientos?
-Nadie podría hacerme más feliz y dichosa de lo que soy con Romeo
-Porque nunca habéis intentado estar con otra persona
-De antemano conozco mis propios sentimientos, y mi corazón.
-Estáis equivocada en eso. No los conocéis, creéis conocerlos. Intenta ver más allá, Julieta. Vuestra felicidad no conocería límite alguno a mi lado. Podrías vivir feliz si de verdad lo desearais. Ven conmigo, esta noche, y descubriréis un mundo nuevo, diverso e inquietante. A mi lado, serás lo que crees que eres, y más. Mucho más. Oh Julieta, haz caso de mis palabras.

lunes, 25 de enero de 2010

El beso de Doisneau.



Los autos pasaban. Las personas también. Se hallaban retrasadas, apuradas, frías.

Eran impasibles a lo que estaba sucediendo en aquella vereda en la place de l' hotel de la ville, un singular mes del año 1950.

Debían separarse. Un lazo tan fuerte como el que los unía a la vez les impedía estar juntos.

-No quiero perder este amor - dijo Francoise Bornet entre lágrimas.

-Jamás lo perderás. No pienses eso nunca, ¿Me oíste? Nunca- aclaró Paul Renton, limpiando con su mano la mejilla mojada de Francoise.

-Pero me iré y lo sabes. Lo hemos intentado todo y aún así...- Francoise no pudo continuar.

-Velo de diferente manera. Nuestro esfuerzo ha valido. Y aunque no sea notorio en estos momentos, más adelante nos será recompensado. Sólo tienes que esperar- objetó Paul, estrechándola contra él.

-No quiero vivir separada de tí- declaró ella, volviendo a romper en llanto.

-Pues no puedo pedirte que vivas conmigo, cariño. Dadas las circunstancias, sería algo muy imprudente, y no me perdonaría jamás el perderte. Pero sí puedo pedirte otra cosa- sonrió con una de sus pícaras sonrisas parisinas, esas que lograban que ella perdiera la noción del tiempo y el lugar.

-¿Qué deseas?- preguntó tímidamente.

-Uno de tus besos. Uno de tus besos que me vuelven loco- añadió Paul, aún abrazándola. La miró tan intensamente que Francoise tuvo que bajar la mirada. Le agarró el mentón y le levantó la cara, para luego poner la mano sobre su hombro, y disfrutar de aquel espléndido sabor a gloria.

miércoles, 20 de enero de 2010

Encuentro (Visitante Parte II)


Selene se apresuró a descender rápidamente las escaleras y abrir la puerta de calle. No tenía tiempo para agarrar una linterna ( aunque hubiera sido una idea brillante y muy inteligente), su celular, por si necesitaba comunicarse, o dinero si necesitaba manejarse en el barrio. Su casa quedaba tan sólo a dos cuadras y media de la playa, y mientras corría se acomodó las zapatillas de deporte que había escogido especialmente para esa ocasión, por si necesitaba correr cuándo llegara la oportunidad.
Llegó exhausta a la costa, pero eso no la detuvo. Miró hacia la izquierda y forzó la mirada para distinguir aquélla figura que había detectado desde su balcón.

Nadie estaba allí.

Selene se desilusionó de inmediato.
"Claro", pensó, " se movía tan rápido que a medida que yo me acercaba, él se alejaba cada vez más y más".

Pateó con rabia la arena, y miró hacia el cielo. Un manto de nubes habían acudido al llamado de la Luna para proteger sus rayos plateados y luminosos de ese individuo extraño y forastero que corría a mitad de la noche, en una playa completamente desolada y vacía. Y para colmo, en total oscuridad. Pegó la vuelta y caminó desalentada y con el ánimo alicaído en dirección a su casa. Estaba furiosa consigo mísma, tal vez porque se había equivocado y había sido algún perro callejero que se había perdido, o algún otro animal. Agachó la cabeza y siguió caminando. Había sido tan ingenua... ¿ O no? ¿Por qué debía darlo todo por perdido? ¿Por qué debía rendirse cuándo apenas había investigado la playa? El forastero no había corrido en lugares donde la arena se hiciera una con el mar, por lo tanto, cómo a partir de ese momento la marea descendía, las huellas seguirían frescas y en su sitio.

Tomó impulso y corrió nuevamente a la playa. Sus piernas parecían descargar energía pura, y su cabello ondulaba como un vaivén, acompañando a Selene en cada paso que ella diera.
Y sí, tenía razón. Allí estaban. Claras y perfectamente marcadas. Y se dirigían hacia el norte. Selene corrió siguiendo las huellas, pero cuidándose de no pisarlas, ya que eran la única pista concisa que poseía de aquel individuo. Corrió, corrió hasta que sus fuerzas desistieron. Calculaba que se había alejado mucho de su casa, y había corrido un largo tramo. Pero lo que era lo peor, las huellas habían desaparecido. Se habían esfumado de la nada. Habían mantenido una línea recta, pero de pronto no se encontraban allí. El mar lentamente retrocedía, y se iba alejando de la playa, revelando cada vez más y más franjas de arenas que habían quedado tapadas por el agua.
Buscó por todos lados alguna salida a la que pudiera haberse escapado. Pero no halló ninguna. Por un lado estaba el mar, y dudaba mucho que se hubiera ido nadando. Y por el otro lado había casas de madera, cercadas con alambre y puntas afiladas de madera, tan sólo para mantener la seguridad. No podría haber saltado por allí si deseaba mantenerse sano y en todas sus facultades físicas. De ese lado se ergían construcciones, y árboles. Muchos árboles. Los dueños del terreno los habían plantado tiempo atrás para mantener a raya a las dunas y médanos que se formaban continuamente por causa del insistente viento.
Selene pegó otra patada a la arena más furiosa todavía. Se había dado vanas esperanzas de algo que había dado por sentado que existía. A sus pies se formaba un médano de mediana complexión que poseía a su derecha un árbol de tronco ancho y grueso, y sus ramas caían hacia el suelo, forzando a que las hojas verdes que crecían allí tomaran el mismo camino. Decidió apoyarse contra el árbol, mientras que buscaba la fría arena, e intentaba retenerla en los puños, aunque siempre encontraba una forma de escabullirse de sus manos. Levantó el mentón y su mirada se perdió en el mar. Era tan amplio y extenso... Lo que hubiera dado para comprarse un barco y navegar zurcando el océano entrada la noche. Tirarse cerca del timón y contemplar en completo silencio las estrellas. Oír el murmullo quedo del viento en armonía con el océano, admirar el horizonte que jamás llegaba a su fin, y jugar creando figuras de extraordinaria belleza y forma en el estrellado cielo nocturno. Sí, le habría gustado mucho vivir así eternamente. Navegando, sólo comprando lo necesario para sobrevivir, y conocer lugares exóticos y deslumbrantes.

Lástima que su sueño estuviera tan alejado de la realidad.
Se levantó con pesar, y arrojó los granos de arena que había podido retener en sus manos hacia el tronco del árbol. Cuándo volteó para volver a su casa, se detuvo. Alguien había tosido. Y no había sido su imaginación. Se dió la vuelta, y miró detenidamente el árbol. No pudo reprimir un grito de sorpresa. ¡Sí, allí estaba lo que había ido a buscar! ¡El forastero había estado todo el tiempo con ella, oculto en la oscuridad, y no lo había descubierto! La sombra se incorporó y se mantuvo quieta, soportando la observadora mirada de Selene. Estaba muy contenta, no había sido mera imaginación suya, era real. Y ahora no podría huir.

Debería responder un par de preguntas antes de que lo dejara ir.

domingo, 17 de enero de 2010

Visitante.


Selene aguzó el oído. Ningún ruido parecía habitar la casona en la que se hallaba. Abrió con cuidado la puerta-ventana de su cuarto y salió al balcón. Apoyó sus brazos sobre la barandilla y contempló el mar, que se extendía a lo lejos, bramando y creando olas con espuma blanca, orgulloso e independiente. Su camisón blanco ondulaba con la brisa, moviéndose de un lado hacia otro, y lo mismo hacían sus cabellos color violeta eléctrico. Reposó su mentón encima de sus brazos y observó detenidamente a la Luna. Nubes translúcidas, etéreas y de contornos redondeados intentaban en vano taparle su presencia luminosa y potencial. Sus cabellos brillaban con una fuerza misteriosa a la luz de los rayos plateados, y revoloteaban en su espalda y alrededor de sus hombros. Enfocó su atención en la playa. A esa hora no había nadie caminando por allí. Las luces de toda la manzana se encontraban apagadas, y las de las casas también. El barrio se había sumido en un profundo sueño, del que no despertaría hasta el alba de la mañana siguiente.

La marea se encontraba alta, por lo que solo una pequeña franja de arena se había salvado de ser tapada por el agua. Las olas rompían con fuerza contra la playa, golpeándola y retrocediendo, golpeándola y retrocediendo. La Luna estaba en su fase llena, y más grande y redonda que días anteriores. Selene podía apreciar cada rasgo de ella, de su pálida blancura hasta sus cráteres grises y uniformes. Solía quedarse horas admirandola hasta que se dormía, y sus padres la encontraban con una temperatura mucho más baja de la que era normal en las personas.

Decidió que esa misma noche le prestaría atención al mar. Dejaría a un lado a la Luna, misteriosa y atrayente, y memorizaría cada ola que se formara, cada sonido que produjera y cada roca que golpeara. Miró fijamente a una en especial. Una pequeña ola que no tenía la fuerza suficiente para acercarse todavía a la playa, pero que avanzaba lenta e inexorablemente hacia ella, abriéndose paso entre las demás. Era tan delicada...

Selene no lo había detectado, pero una sombra había comenzado a moverse en la arena, dejando huellas marcadas en ella. Se movía a una velocidad inhumana, llegando a viajar incluso a la velocidad de la luz. Era una masa sin forma ni contorno, algo completamente negro que se dirigía desde el sur hacia el norte. Corría en fila recta, en la franja que el agua no había tocado, pero pronto alcanzaría. La sombra corría, volaba, o se proyectaba de un lugar a otro con extremada rapidez, pero evitaba tocar el agua, por lo que retrasaba su paso a medida que la marea subía. Y en ese mismo momento Selene lo divisó. Pestañeó dos veces para asegurarse de que lo que estaba viendo era real. Sí, ahí estaba. Una figura negra que se trasladaba hacia el norte, con una dirección no específica pero en fila recta. La Luna había cerrado sus ojos para aquél extraño y le había pedido a las nubes que taparan sus rayos y la cubrieran hasta que el forastero desapareciera de su vista.

Selene se enojó. No era justo que la privaran de la lus de sus rayos plateados. Y todo por aquél intruso...¡Qué no sabía quién era! Y lo mejor para esos casos, se dijo, si no sabía quién era, pues...había que descubrirlo.

Qué mejor forma de hacerlo que persiguiéndolo!

Cordones desatados




La niña limpió con sus sucias manos el peldaño de la escalera, acomodó su pollera y se sentó a esperar a Erik. Su madre le había avisado que habían llamado con repentina urgencia desde la casa de él aquella tarde, y debía ser algo verdaderamente importante para que se dignara a discar los números del teléfono.


Por más que le daba vueltas y vueltas al asunto, no conseguía descifrar que podía ser. Sólo habían hablado una sola vez ese día, cuándo sus caminos se habían cruzado, ella yendo a comprar el pan, y él ayudando a su madre en la huerta.

" -Oh, hola Erik- había saludado la niña


-Hola Minya- contestó el niño a toda prisa


Minya era tímida por naturaleza, le costaba mucho enfrentar a los chicos, ya fuera para hablarles de sus sentimientos, o de algo tan sin importancia como las bolsas blancas de basura que guardaban en el cesto de madera en su casa.


Ninguno de los dos sabía qué decirle al otro. Ambos habían dirigido su mirada al suelo.


-Minya, tienes los cordones desatados- acotó Erik


-Ah, gracias- contestó la niña


Silencio.


-Eh, ¿Qué haces por aquí?- preguntó Minya avergonzada.


-Mi madre me pidió que fuera a la huerta a ayudarla temprano hoy- respondió, girando la cabeza a la izquierda y a la derecha.


-Oh, veo que tienes prisa- se apresuró a decir Minya.


-Si, a decir verdad la tengo, con permiso- se disculpó a las apuradas y dándole un beso en la mejilla corrió hacia la huerta.


Minya se había quedado de piedra. Erik no se comportaba así. Normalmente la despedía con un gesto militar, como lo había aprendido de su padre. Esos saludos y gestos con la mano que no demostraban ni el más mínimo cariño. Minya se divertía al pensar en como habría sido la primera cita de la madre y el padre de Erik y como la madre lo habría conquistado.


Luego había salido de sus cavilaciones, y había entrado en el almacén."






Un ensordecedor ruido pobló los oídos de Minya. Se puso de pie rapidamente y corrió subiendo las escaleras. Pero por no hacer caso a la advertencia de Erik sobre sus cordones, cuándo se hallaba en el último escalón, cayó. Sus piernas le fallaron y su rodilla izquierda chocó contra la dura piedra de la escalera. Sus manos detuvieron el impacto de su caída a duras penas. En ese mismo instante, la puerta se abrió y de su interior emergió Erik con preocupación en el rostro. Minya lo vió antes de caer por completo, y soltar unas lágrimas amargas al piso. Se había prometido no llorar frente a Erik, pero las razones se las reservaba para ella mísma.


Pero el muchacho no se apresuró a ayudarla. Se quedó inmóvil, estático , frente a ella.


Minya habló, pero su voz la engañó y tembló.


-¿Que...no piensas ayudarme?- preguntó, ligeramente molesta.


No contestó.


Minya se llevó las manos a la cara. Se hallaban muy rojas, y al ver su rodilla, distinguió que hilos de sangre caían de ella, manchando de un rojo escarlata el escalón en el que había tropezado.


-Te dije que tenías los cordones desatados, niña boba- declaró Erik, haciendo que Minya pegara un brinco. Había tal quietud en el ambiente, que por momentos había dudado que el muchacho se decidiera a hablar.


Erik se agachó, llegando a la misma altura que Minya, y la tomó de la mano. Minya reprimió un gemido de dolor, y dejó que la conduciera a la casa.


Al entrar, la sentó con suavidad en el acolchonado sofá que poseía, y se encaminó a la cocina para agarrar agua oxigenada y una curita. Cuándo volvió, le limpió la herida lentamente, cuidando de que le doliera lo menos posible. La niña no sabía hacia donde mirar.


-Emm, gracias Erik, eres muy amable. Pero, ¿Por qué llamaste hoy a casa?-preguntó Minya, sin poder contener su curiosidad por más tiempo.


-Yo no llamé a tu casa, sabes que nunca lo hago.


-Pero si no fuiste tú...¡Claro que sí! Tu número aparecía en el registro de llamadas, tuviste que haber llamado.


-Te digo que no fui yo. ¿Para qué te hubiera llamado?-se preguntó más para sí mismo que para Minya


-No lo sé, es por eso por lo que vine-contestó la niña, mordiéndose el labio.


Erik exhaló un largo suspiro y asintió con la cabeza.


-¿Qué?¿Qué pasa?-preguntó Minya, clavando su mirada en los ojos verdes de Erik


-Nada.


-Erik...-le reprochó Minya


-Nada, olvídalo.


-¡Erik!-gritó la niña


-¡Bueno, maldición, no grites!- contestó furioso y enojado- ¡Mi madre me ha avisado que debemos mudarnos fuera del país! ¡Encontró un trabajo mejor allá afuera y me va a llevar con ella!- exclamó fuera de sí. Sus ojos verdes se habían cristalizado y habían construido un muro de odio frente a ella- ¡Y todo es tu culpa, porque de no ser que hubieras convencido a mi hermana de que fuera a ese concierto con tu primo, no estaría muerta, y nos ayudaría a todos en la economía del hogar!- se incorporó y le espetó una mirada reprobatoria a Minya, tirando por los aires el agua oxigenada que cayó en la alfombra, derramándose lentamente.


La niña se había quedado de piedra nuevamente. Dos veces en un mismo día, era un récord. Los ojos se le llenaron de lágrimas de bronca e impotencia, pero no objetó nada.


-¡No te quedes callada, dí algo!- Erik lo pidió a gritos.


Minya continuó sin inmutarse de lo que sucedía a su alrededor.


-Yo...¡maldición! No quería gritarte. No se lo que me pasó, yo no soy así, lo siento de verdad Minya, yo...-Erik hubiera seguido disculpándose pero no pudo hacerlo. Minya se había incorporado y le había dirigido una última mirada letal, tan parecida a la de la víbora, y se escapó de allí.


Pero todavía no había atado sus cordones...


Maldijo para sus adentros que fuera torpe y que hubiera caído por segunda vez. El impacto fue el doble de fuerte, y perdió el sentido. Lo último que vió fue agua oxigenada, curitas... y unos ojos verdes pidiendo perdón.

sábado, 16 de enero de 2010


Alejo, siempre vas a estar conmigo . Nunca te voy a olvidar .

huir no basta


Dirigió su mirada hacia la ventanilla. Un cielo minado de estrellas se extendía a la distancia, y sólo captaba las figuras recortadas de los pinos y arbustos que se hallaban enraizados al suelo. Lo demás era toda oscuridad. Y le fascinaba mucho, quizás demasiado. La Luna se ocultaba, negándose a salir y mostrar sus cabellos plateados, negándose a brillar, a relucirse y a bañar con su esplendor toda la faz de la Tierra.Era tan hermoso ese momento, que logró olvidarse de la dura realidad. Cuando lo recordó, fue como un mazazo de un martillo frío, cruel e impasible. La sirena de la policía sonaba continuamente, pero no le había prestado importancia momentos antes, sumida en una contemplación silenciosa y meditabunda a traves del vidrio. Miró con rudeza al policía que conducía el auto en el que se hallaba, y luego a su acompañante, una niñata incapacitada e inexperta. Volteó la mirada, y siguió observando el cielo. ¿Cómo era posible que hubiera logrado olvidar lo que le sucedía? ¿Acaso lo que había echo involuntariamente, (o eso quería creer) era despiadado? ¿Olvidar el dolor que había pasado cuando los policías llegaron a su casa, y la sacaron a la fuerza de allí? Pero por sobre todas las cosas, olvidar a su hermana mayor, quién no se encontraba en su sano juicio para mantenerse si ella no estaba a su lado. Y todo por culpa de él. Sí, había que descargar la furia contra él, se dijo. Él es el culpable de todo, él debe pagar, él debe alejarse de su familia y no yo. ¿Qué acaso no entienden que aunque me aleje de allí, él me seguirá? Podría matar a mi hermana si así lo deseara, pensó de golpe, asustada y aterrada. Ella anhelaba que no fuera necesario llegar a tales extremos. "Maniático desquiciado, le llegas a poner un dedo encima a Kendra, y te aniquilo" pensó para sus adentros, aunque lo que más deseaba era retornar a su hogar y plantarle cara al tal Orcinus. A ver si era tan despiadado y asesino como lo pintaban. No le tenía miedo, claro que no. La muerte no significaba nada para ella. Sólo era una etapa más que debería pasar. El momentáneo estado en el que estaría después de la vida no le aterrorizaba, para ella no era el fin del principio. Era el principio del fin.Pasaron el kilómetro 666 cuándo el conductor maldijo por lo bajo, y llamó la atención de su compañera de turno. De pronto, chocaron contra algo. O más bien, algo chocó contra ellos. Y en ese momento lo comprendió. No habían huido de Orcinus, habían ido a donde éste se hallaba. A la misma boca del lobo.