lunes, 6 de diciembre de 2010
Titania extendió sus alas negras y permitió que, poco a poco, una tras una, fueran cayendo al suelo, cual si fueran pétalos marchitos de una rosa negra, envenenada y ponsoñoza. Y así se encontraba ella también. Malditamente oscurecida por dentro. ¿Y todo por quién? Por él. Si desde que había pisado tierra firme, todos los problemas, todas las cuestiones, todos los razonamientos, las preguntas, las respuestas, las dudas, el miedo, el rechazo, la felicidad, las lágrimas, habían venido de la mano de él. Se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Él tenía razón, y ella lo sabía. Que lo negara rotundamente repetidas veces no tenía ya sentido alguno. Pero es que no quería verse obligada a aceptar la cruda verdad... No después de todas las maravillosas experiencias por las que había pasado, y por las que dudaba que se arrepintiera aunque le rasgasen el alma en ínfimos pedazos... Estaba segura que ni siquiera si "ellos" le hubieran avisado, hubiera decidido echarse para atrás y no haber cumplido con la misión para la cual había sido convocada. Y es que usaba la misión como una miserable excusa. La verdad era otra, y bien que lo sabía. "Deja de mentirte, ya..." "Vale, lo haré." "Mientes." No podía manejarlo.
Las plumas negras rozaban con suavidad la superficie sólida del suelo y se disolvían en una lenta estela grisácea. Cada vez era mayor la cantidad de plumas que caían de forma silenciosa pero continua. Se habían resignado incluso antes que ella a lo que veían venir, como algo irremediable, algo que no poseía reparo alguno. "Te has metido en un jodido problema, idiota." "Ja, como si no estuviera enterada del asunto." "Si lo estás, haz que parezca. No te quedes llorando sin hacer nada. Debiste haberlo escuchado cuando te dij-..." "¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cierra tu endiablada boca y cállate! ¡Véte! ¡Véte lejos, anda, márchate, salva tu pellejo como siempre lo haces, vamos, atrévete! ¡No quiero escucharte más, me tienes harta! ¡Quiero que te largues, ahora!" La había hecho enojar. Se lo había buscado, de todas formas. Pero ella también tenía razón. "Porque un ángel jamás debe tocar el suelo..."
Y seguiría escribiendo, pero tengo que llevar al perro a bañar, y ¡Oh lalá! No sé cómo lo voy a hacer porque él me arrastra a mí en vez de yo a él. Ah, y además, esto se está quedando sin batería, así que sería mejor que lo ponga a cargar y suba esta entrada rapidito. Yey.
domingo, 1 de agosto de 2010
Kaien suspiró de pesar. Estaba cansado de levantar la mirada y escrutar a la multitud para divisarla. Aquello apestaba. ¡Era un aeropuerto, qué esperaba por Dios Santo! Y en plena hora pico... no debería haber dejado a Gell sólo. Si hubiera sabido que iba a pasarse sus próximas catorce horas de vida sentado en un banco gris y duro de un aeropuerto en Dublín, no hubiera salido pitando de su hogar ni se hubiera dejado notar por los humanos taxistas. Todavía recordaba con cierto resentimiento cómo había gritado aquél pobre hombre al ver que nohabía nadie en el taxi, y aún así, la puerta se abría sóla y dejaban un fajo de billetes en el asiento del copiloto. ¡Haberle agradecido al menos el dinero! Pero en vez de eso, había pisado el acelerador y se había borrado de la faz de la tierra. Kaien se tapó los ojos con las manos y se levantó del asiento. No llegaría, era inútil esperar. Recogió su chaqueta del respaldo y se encaminó a la salida. Parecía que en cualquier momento el aeropuerto reventaría por tal conglomerado de personas. Kaien no se sentía a gusto con ello. Prefería la soledad y la tranquilidad una y mil veces. Dio un paso adelante, y luego otro. De pronto, al intentar avanzar con rapidez ya que se dispersaba la multitud, chocó contra un cuerpo, y cayó de bruces al suelo.
-Pero qué... -dijo Kaien, tocándose la cabeza. ¿Cómo se había chocado con un humano? Eso era físicamente imposible, a menos claro... que lo que sea que hubiera chocado no fuera humano. Se levantó con ligereza, y al bajar los ojos, la sorpresa lo conmocionó. La había encontrado... Después de haberla buscado por siglos, seguía tan pura, angelical y radiante antaño había sido cuando ambos trabajaban en la Corte. Era ella, sin duda alguna... Madeleine, su querida esposa.
lunes, 5 de julio de 2010
jueves, 3 de junio de 2010
viernes, 21 de mayo de 2010
Hace frío... ¿Por qué hace hay tan poca temperatura? No siento mi cuerpo. Me duele la cabeza, y todo está tan oscuro...
Está nevando. Lo sé. No puedo explicar la razón, pero siento cada copo de nieve tocar el suelo y fundirse con los demás. Los escucho incluso dentro de la cueva. No hay nadie aquí más que yo. Afuera, el crudo invierno me acecha. Me llama hacia él. Quiere devorarme, al igual que todos los animales que estan cazando allí entre la nieve. Estan esperandome, y ni siquiera puedo moverme. Esfuerzo a mis párpados a abrirse, pero se rehusan a obedecerme.
Algo gotea.
El rugido de la bestia atraviesa el bosque, perfora la nieve y penetra en la cueva. Un grito mudo se cierne en mi mente. Otra vez no, por favor... Sé que la bestia volverá a atacar.
Algo gotea.
No tengo tiempo ni siquiera para dirigirle un último pensamiento. La nieve continúa cayendo, y es probable que nadie se entere nunca jamás de mi existencia. Ya no hay tiempo. Ya no hay tiempo.
Algo gotea.
(La sangre no se detiene. La herida no sana. La infección avanza. La vida se acorta.)
Oh Muerte, llévame contigo, gánale a la bestia, coróname en el Infierno, y por sobre todas las cosas: Nunca me apartes de él.
domingo, 21 de marzo de 2010
Baldosa #
viernes, 12 de febrero de 2010
¿Y si la segunda opción, fuera igual de buena?
Mientras Romeo dormitaba, Julieta meditaba. Sentía el placer casi exquisito de rozar la libertad con la punta de los dedos. Se hallaba tan cercana, que le daba alegría y a la vez miedo. ¿Y si algo malo ocurría? No debía pensar lo peor pero era inevitable. El solo pensamiento de ver a Romeo en peligro la ponía nerviosa. Su amor era infinito y puro: tan puro como la nieve blanca. Pero al pensar en ello, no podía evitar sentir tristeza por Paris, su matrimonio arreglado. El muchacho no tenía ni la culpa ni la suerte de ser elegido para comprometerse con una Montesco.
Un sonido la sacó de sus pensamientos. Provenía del balcón. Se levantó de la cama y abrió de par en par las ventanas, creyendo que se trataría de un animal o el viento al soplar contra los árboles. No distinguió nada fuera de lugar, y luego de varios minutos de estática observación, entró nuevamente a su habitación. Un sonido más fuerte que el anterior provocó el susto por parte de Julieta. ¿Quién osaba importunarlos de esa manera? Se cercioró de que Romeo continuara dormitando y caminó hacia el balcón, con el motivo de descubrir quién era el causante de tanto ruido.
-¡Chst! ¡Julieta! ¡Aquí abajo!
-¿Quién osa llamarme al balcón, sabiendo de antemano que seréis castigado por tu atrevimiento?
-Me ofendéis al no recordar mi voz. Más estoy seguro que reconocerías la voz de Romeo, aunque tuvierais que atravesar hielo y fuego, tierra y aire, ¿O me equivoco acaso? Pues bien, te diré mi nombre: he de llamadme Paris. Y he venido esta para noche para dialogar si es posible.
-¡Oh Paris! ¡Rehúsa a tus vanos intentos, pues no encontrareis en ellos más que miseria y desgracia!
-¡El que ha de decidir tales cosas no eres tú! Me habéis cegado con vuestra belleza, vuestra dulzura y encanto. Las veces que la observo, se asemeja más a Atenea que a una simple mortal. ¡Qué ha de importarme que mis sentimientos no sean correspondidos! ¡He de descargar todo lo que llevo adentro, y no he podido deciros pues no se ha presentado ocasión oportuna! ¡Ten por seguro que este amor es sinónimo de condena, más resta importancia y se desvanece en la oscuridad absoluta, cuando esboza esa tímida sonrisa en su rostro, o cuándo pronuncia mi nombre, melodía sobre sus labios!
-¡Paris ya basta! ¡No seas ingrato, ya que Romeo se encuentra en la habitación y podría oírnos!
-Julieta, poco me concierne tu amado. Tan sólo lo veo como un rival, una espina venenosa, o un muro de piedra que no es posible matar, arrancar o destruir. Pero no estoy aquí para hablar de eso. Dime Julieta, ¿Eres realmente feliz con él a tu lado?
Julieta permaneció en silencio, observando los penetrantes ojos de Paris y asimilando lo que éste había confesado.
-Claro que sí, me llena de dicha estar junto a él. ¡De verdad Paris, que me desgarráis por dentro! No merecéis vivir de esta manera, amando a quién no te ama, pretendiendo a quién no te pretende.
-Es que no lo comprendéis, Julieta. No podré amar a nadie más como te amo a ti. La agonía viene de la mano con el amor, y así lo he aceptado.
-Pues has obrado mal Paris. También te desgarrareis por dentro, sintiendo miles de fieras salvajes destruyendo vuestro interior, y la agonía te será todavía más grande.
-El momento llegará cuándo deba llegar y lo esperaré hasta entonces. ¿Es que no hay posibilidad alguna de que compartáis mis emociones y pensamientos?
-Nadie podría hacerme más feliz y dichosa de lo que soy con Romeo
-Porque nunca habéis intentado estar con otra persona
-De antemano conozco mis propios sentimientos, y mi corazón.
-Estáis equivocada en eso. No los conocéis, creéis conocerlos. Intenta ver más allá, Julieta. Vuestra felicidad no conocería límite alguno a mi lado. Podrías vivir feliz si de verdad lo desearais. Ven conmigo, esta noche, y descubriréis un mundo nuevo, diverso e inquietante. A mi lado, serás lo que crees que eres, y más. Mucho más. Oh Julieta, haz caso de mis palabras.
lunes, 25 de enero de 2010
El beso de Doisneau.
Eran impasibles a lo que estaba sucediendo en aquella vereda en la place de l' hotel de la ville, un singular mes del año 1950.
Debían separarse. Un lazo tan fuerte como el que los unía a la vez les impedía estar juntos.
-No quiero perder este amor - dijo Francoise Bornet entre lágrimas.
-Jamás lo perderás. No pienses eso nunca, ¿Me oíste? Nunca- aclaró Paul Renton, limpiando con su mano la mejilla mojada de Francoise.
-Pero me iré y lo sabes. Lo hemos intentado todo y aún así...- Francoise no pudo continuar.
-Velo de diferente manera. Nuestro esfuerzo ha valido. Y aunque no sea notorio en estos momentos, más adelante nos será recompensado. Sólo tienes que esperar- objetó Paul, estrechándola contra él.
-No quiero vivir separada de tí- declaró ella, volviendo a romper en llanto.
-Pues no puedo pedirte que vivas conmigo, cariño. Dadas las circunstancias, sería algo muy imprudente, y no me perdonaría jamás el perderte. Pero sí puedo pedirte otra cosa- sonrió con una de sus pícaras sonrisas parisinas, esas que lograban que ella perdiera la noción del tiempo y el lugar.
-¿Qué deseas?- preguntó tímidamente.
-Uno de tus besos. Uno de tus besos que me vuelven loco- añadió Paul, aún abrazándola. La miró tan intensamente que Francoise tuvo que bajar la mirada. Le agarró el mentón y le levantó la cara, para luego poner la mano sobre su hombro, y disfrutar de aquel espléndido sabor a gloria.