Porque sencillamente se puede

Cómo podía romperse el corazón de una persona irreparablemente y aún así seguir adelante, preparando el café, comprando sábanas, haciendo camas y asistiendo a reuniones. Se levantaba, se duchaba, se vestía, se acostaba, pero una parte suya había muerto. En otros tiempos Mary Stuart se había preguntado cómo era posible vivir así, lo que despertaba en ella era una curiosidad morbosa. Ahora lo sabía. Sencillamente se seguía viviendo. El corazón seguía latiendo y se negaba a dejarte morir. Seguías caminando, hablando y respirando aunque por dentro estuvieses deshecha. Y se dio cuenta de algo que siempre había temido: que al final uno se queda solo. Era ella quien tenía que superar su desgracia y seguir adelante.

lunes, 25 de enero de 2010

El beso de Doisneau.



Los autos pasaban. Las personas también. Se hallaban retrasadas, apuradas, frías.

Eran impasibles a lo que estaba sucediendo en aquella vereda en la place de l' hotel de la ville, un singular mes del año 1950.

Debían separarse. Un lazo tan fuerte como el que los unía a la vez les impedía estar juntos.

-No quiero perder este amor - dijo Francoise Bornet entre lágrimas.

-Jamás lo perderás. No pienses eso nunca, ¿Me oíste? Nunca- aclaró Paul Renton, limpiando con su mano la mejilla mojada de Francoise.

-Pero me iré y lo sabes. Lo hemos intentado todo y aún así...- Francoise no pudo continuar.

-Velo de diferente manera. Nuestro esfuerzo ha valido. Y aunque no sea notorio en estos momentos, más adelante nos será recompensado. Sólo tienes que esperar- objetó Paul, estrechándola contra él.

-No quiero vivir separada de tí- declaró ella, volviendo a romper en llanto.

-Pues no puedo pedirte que vivas conmigo, cariño. Dadas las circunstancias, sería algo muy imprudente, y no me perdonaría jamás el perderte. Pero sí puedo pedirte otra cosa- sonrió con una de sus pícaras sonrisas parisinas, esas que lograban que ella perdiera la noción del tiempo y el lugar.

-¿Qué deseas?- preguntó tímidamente.

-Uno de tus besos. Uno de tus besos que me vuelven loco- añadió Paul, aún abrazándola. La miró tan intensamente que Francoise tuvo que bajar la mirada. Le agarró el mentón y le levantó la cara, para luego poner la mano sobre su hombro, y disfrutar de aquel espléndido sabor a gloria.

miércoles, 20 de enero de 2010

Encuentro (Visitante Parte II)


Selene se apresuró a descender rápidamente las escaleras y abrir la puerta de calle. No tenía tiempo para agarrar una linterna ( aunque hubiera sido una idea brillante y muy inteligente), su celular, por si necesitaba comunicarse, o dinero si necesitaba manejarse en el barrio. Su casa quedaba tan sólo a dos cuadras y media de la playa, y mientras corría se acomodó las zapatillas de deporte que había escogido especialmente para esa ocasión, por si necesitaba correr cuándo llegara la oportunidad.
Llegó exhausta a la costa, pero eso no la detuvo. Miró hacia la izquierda y forzó la mirada para distinguir aquélla figura que había detectado desde su balcón.

Nadie estaba allí.

Selene se desilusionó de inmediato.
"Claro", pensó, " se movía tan rápido que a medida que yo me acercaba, él se alejaba cada vez más y más".

Pateó con rabia la arena, y miró hacia el cielo. Un manto de nubes habían acudido al llamado de la Luna para proteger sus rayos plateados y luminosos de ese individuo extraño y forastero que corría a mitad de la noche, en una playa completamente desolada y vacía. Y para colmo, en total oscuridad. Pegó la vuelta y caminó desalentada y con el ánimo alicaído en dirección a su casa. Estaba furiosa consigo mísma, tal vez porque se había equivocado y había sido algún perro callejero que se había perdido, o algún otro animal. Agachó la cabeza y siguió caminando. Había sido tan ingenua... ¿ O no? ¿Por qué debía darlo todo por perdido? ¿Por qué debía rendirse cuándo apenas había investigado la playa? El forastero no había corrido en lugares donde la arena se hiciera una con el mar, por lo tanto, cómo a partir de ese momento la marea descendía, las huellas seguirían frescas y en su sitio.

Tomó impulso y corrió nuevamente a la playa. Sus piernas parecían descargar energía pura, y su cabello ondulaba como un vaivén, acompañando a Selene en cada paso que ella diera.
Y sí, tenía razón. Allí estaban. Claras y perfectamente marcadas. Y se dirigían hacia el norte. Selene corrió siguiendo las huellas, pero cuidándose de no pisarlas, ya que eran la única pista concisa que poseía de aquel individuo. Corrió, corrió hasta que sus fuerzas desistieron. Calculaba que se había alejado mucho de su casa, y había corrido un largo tramo. Pero lo que era lo peor, las huellas habían desaparecido. Se habían esfumado de la nada. Habían mantenido una línea recta, pero de pronto no se encontraban allí. El mar lentamente retrocedía, y se iba alejando de la playa, revelando cada vez más y más franjas de arenas que habían quedado tapadas por el agua.
Buscó por todos lados alguna salida a la que pudiera haberse escapado. Pero no halló ninguna. Por un lado estaba el mar, y dudaba mucho que se hubiera ido nadando. Y por el otro lado había casas de madera, cercadas con alambre y puntas afiladas de madera, tan sólo para mantener la seguridad. No podría haber saltado por allí si deseaba mantenerse sano y en todas sus facultades físicas. De ese lado se ergían construcciones, y árboles. Muchos árboles. Los dueños del terreno los habían plantado tiempo atrás para mantener a raya a las dunas y médanos que se formaban continuamente por causa del insistente viento.
Selene pegó otra patada a la arena más furiosa todavía. Se había dado vanas esperanzas de algo que había dado por sentado que existía. A sus pies se formaba un médano de mediana complexión que poseía a su derecha un árbol de tronco ancho y grueso, y sus ramas caían hacia el suelo, forzando a que las hojas verdes que crecían allí tomaran el mismo camino. Decidió apoyarse contra el árbol, mientras que buscaba la fría arena, e intentaba retenerla en los puños, aunque siempre encontraba una forma de escabullirse de sus manos. Levantó el mentón y su mirada se perdió en el mar. Era tan amplio y extenso... Lo que hubiera dado para comprarse un barco y navegar zurcando el océano entrada la noche. Tirarse cerca del timón y contemplar en completo silencio las estrellas. Oír el murmullo quedo del viento en armonía con el océano, admirar el horizonte que jamás llegaba a su fin, y jugar creando figuras de extraordinaria belleza y forma en el estrellado cielo nocturno. Sí, le habría gustado mucho vivir así eternamente. Navegando, sólo comprando lo necesario para sobrevivir, y conocer lugares exóticos y deslumbrantes.

Lástima que su sueño estuviera tan alejado de la realidad.
Se levantó con pesar, y arrojó los granos de arena que había podido retener en sus manos hacia el tronco del árbol. Cuándo volteó para volver a su casa, se detuvo. Alguien había tosido. Y no había sido su imaginación. Se dió la vuelta, y miró detenidamente el árbol. No pudo reprimir un grito de sorpresa. ¡Sí, allí estaba lo que había ido a buscar! ¡El forastero había estado todo el tiempo con ella, oculto en la oscuridad, y no lo había descubierto! La sombra se incorporó y se mantuvo quieta, soportando la observadora mirada de Selene. Estaba muy contenta, no había sido mera imaginación suya, era real. Y ahora no podría huir.

Debería responder un par de preguntas antes de que lo dejara ir.

domingo, 17 de enero de 2010

Visitante.


Selene aguzó el oído. Ningún ruido parecía habitar la casona en la que se hallaba. Abrió con cuidado la puerta-ventana de su cuarto y salió al balcón. Apoyó sus brazos sobre la barandilla y contempló el mar, que se extendía a lo lejos, bramando y creando olas con espuma blanca, orgulloso e independiente. Su camisón blanco ondulaba con la brisa, moviéndose de un lado hacia otro, y lo mismo hacían sus cabellos color violeta eléctrico. Reposó su mentón encima de sus brazos y observó detenidamente a la Luna. Nubes translúcidas, etéreas y de contornos redondeados intentaban en vano taparle su presencia luminosa y potencial. Sus cabellos brillaban con una fuerza misteriosa a la luz de los rayos plateados, y revoloteaban en su espalda y alrededor de sus hombros. Enfocó su atención en la playa. A esa hora no había nadie caminando por allí. Las luces de toda la manzana se encontraban apagadas, y las de las casas también. El barrio se había sumido en un profundo sueño, del que no despertaría hasta el alba de la mañana siguiente.

La marea se encontraba alta, por lo que solo una pequeña franja de arena se había salvado de ser tapada por el agua. Las olas rompían con fuerza contra la playa, golpeándola y retrocediendo, golpeándola y retrocediendo. La Luna estaba en su fase llena, y más grande y redonda que días anteriores. Selene podía apreciar cada rasgo de ella, de su pálida blancura hasta sus cráteres grises y uniformes. Solía quedarse horas admirandola hasta que se dormía, y sus padres la encontraban con una temperatura mucho más baja de la que era normal en las personas.

Decidió que esa misma noche le prestaría atención al mar. Dejaría a un lado a la Luna, misteriosa y atrayente, y memorizaría cada ola que se formara, cada sonido que produjera y cada roca que golpeara. Miró fijamente a una en especial. Una pequeña ola que no tenía la fuerza suficiente para acercarse todavía a la playa, pero que avanzaba lenta e inexorablemente hacia ella, abriéndose paso entre las demás. Era tan delicada...

Selene no lo había detectado, pero una sombra había comenzado a moverse en la arena, dejando huellas marcadas en ella. Se movía a una velocidad inhumana, llegando a viajar incluso a la velocidad de la luz. Era una masa sin forma ni contorno, algo completamente negro que se dirigía desde el sur hacia el norte. Corría en fila recta, en la franja que el agua no había tocado, pero pronto alcanzaría. La sombra corría, volaba, o se proyectaba de un lugar a otro con extremada rapidez, pero evitaba tocar el agua, por lo que retrasaba su paso a medida que la marea subía. Y en ese mismo momento Selene lo divisó. Pestañeó dos veces para asegurarse de que lo que estaba viendo era real. Sí, ahí estaba. Una figura negra que se trasladaba hacia el norte, con una dirección no específica pero en fila recta. La Luna había cerrado sus ojos para aquél extraño y le había pedido a las nubes que taparan sus rayos y la cubrieran hasta que el forastero desapareciera de su vista.

Selene se enojó. No era justo que la privaran de la lus de sus rayos plateados. Y todo por aquél intruso...¡Qué no sabía quién era! Y lo mejor para esos casos, se dijo, si no sabía quién era, pues...había que descubrirlo.

Qué mejor forma de hacerlo que persiguiéndolo!

Cordones desatados




La niña limpió con sus sucias manos el peldaño de la escalera, acomodó su pollera y se sentó a esperar a Erik. Su madre le había avisado que habían llamado con repentina urgencia desde la casa de él aquella tarde, y debía ser algo verdaderamente importante para que se dignara a discar los números del teléfono.


Por más que le daba vueltas y vueltas al asunto, no conseguía descifrar que podía ser. Sólo habían hablado una sola vez ese día, cuándo sus caminos se habían cruzado, ella yendo a comprar el pan, y él ayudando a su madre en la huerta.

" -Oh, hola Erik- había saludado la niña


-Hola Minya- contestó el niño a toda prisa


Minya era tímida por naturaleza, le costaba mucho enfrentar a los chicos, ya fuera para hablarles de sus sentimientos, o de algo tan sin importancia como las bolsas blancas de basura que guardaban en el cesto de madera en su casa.


Ninguno de los dos sabía qué decirle al otro. Ambos habían dirigido su mirada al suelo.


-Minya, tienes los cordones desatados- acotó Erik


-Ah, gracias- contestó la niña


Silencio.


-Eh, ¿Qué haces por aquí?- preguntó Minya avergonzada.


-Mi madre me pidió que fuera a la huerta a ayudarla temprano hoy- respondió, girando la cabeza a la izquierda y a la derecha.


-Oh, veo que tienes prisa- se apresuró a decir Minya.


-Si, a decir verdad la tengo, con permiso- se disculpó a las apuradas y dándole un beso en la mejilla corrió hacia la huerta.


Minya se había quedado de piedra. Erik no se comportaba así. Normalmente la despedía con un gesto militar, como lo había aprendido de su padre. Esos saludos y gestos con la mano que no demostraban ni el más mínimo cariño. Minya se divertía al pensar en como habría sido la primera cita de la madre y el padre de Erik y como la madre lo habría conquistado.


Luego había salido de sus cavilaciones, y había entrado en el almacén."






Un ensordecedor ruido pobló los oídos de Minya. Se puso de pie rapidamente y corrió subiendo las escaleras. Pero por no hacer caso a la advertencia de Erik sobre sus cordones, cuándo se hallaba en el último escalón, cayó. Sus piernas le fallaron y su rodilla izquierda chocó contra la dura piedra de la escalera. Sus manos detuvieron el impacto de su caída a duras penas. En ese mismo instante, la puerta se abrió y de su interior emergió Erik con preocupación en el rostro. Minya lo vió antes de caer por completo, y soltar unas lágrimas amargas al piso. Se había prometido no llorar frente a Erik, pero las razones se las reservaba para ella mísma.


Pero el muchacho no se apresuró a ayudarla. Se quedó inmóvil, estático , frente a ella.


Minya habló, pero su voz la engañó y tembló.


-¿Que...no piensas ayudarme?- preguntó, ligeramente molesta.


No contestó.


Minya se llevó las manos a la cara. Se hallaban muy rojas, y al ver su rodilla, distinguió que hilos de sangre caían de ella, manchando de un rojo escarlata el escalón en el que había tropezado.


-Te dije que tenías los cordones desatados, niña boba- declaró Erik, haciendo que Minya pegara un brinco. Había tal quietud en el ambiente, que por momentos había dudado que el muchacho se decidiera a hablar.


Erik se agachó, llegando a la misma altura que Minya, y la tomó de la mano. Minya reprimió un gemido de dolor, y dejó que la conduciera a la casa.


Al entrar, la sentó con suavidad en el acolchonado sofá que poseía, y se encaminó a la cocina para agarrar agua oxigenada y una curita. Cuándo volvió, le limpió la herida lentamente, cuidando de que le doliera lo menos posible. La niña no sabía hacia donde mirar.


-Emm, gracias Erik, eres muy amable. Pero, ¿Por qué llamaste hoy a casa?-preguntó Minya, sin poder contener su curiosidad por más tiempo.


-Yo no llamé a tu casa, sabes que nunca lo hago.


-Pero si no fuiste tú...¡Claro que sí! Tu número aparecía en el registro de llamadas, tuviste que haber llamado.


-Te digo que no fui yo. ¿Para qué te hubiera llamado?-se preguntó más para sí mismo que para Minya


-No lo sé, es por eso por lo que vine-contestó la niña, mordiéndose el labio.


Erik exhaló un largo suspiro y asintió con la cabeza.


-¿Qué?¿Qué pasa?-preguntó Minya, clavando su mirada en los ojos verdes de Erik


-Nada.


-Erik...-le reprochó Minya


-Nada, olvídalo.


-¡Erik!-gritó la niña


-¡Bueno, maldición, no grites!- contestó furioso y enojado- ¡Mi madre me ha avisado que debemos mudarnos fuera del país! ¡Encontró un trabajo mejor allá afuera y me va a llevar con ella!- exclamó fuera de sí. Sus ojos verdes se habían cristalizado y habían construido un muro de odio frente a ella- ¡Y todo es tu culpa, porque de no ser que hubieras convencido a mi hermana de que fuera a ese concierto con tu primo, no estaría muerta, y nos ayudaría a todos en la economía del hogar!- se incorporó y le espetó una mirada reprobatoria a Minya, tirando por los aires el agua oxigenada que cayó en la alfombra, derramándose lentamente.


La niña se había quedado de piedra nuevamente. Dos veces en un mismo día, era un récord. Los ojos se le llenaron de lágrimas de bronca e impotencia, pero no objetó nada.


-¡No te quedes callada, dí algo!- Erik lo pidió a gritos.


Minya continuó sin inmutarse de lo que sucedía a su alrededor.


-Yo...¡maldición! No quería gritarte. No se lo que me pasó, yo no soy así, lo siento de verdad Minya, yo...-Erik hubiera seguido disculpándose pero no pudo hacerlo. Minya se había incorporado y le había dirigido una última mirada letal, tan parecida a la de la víbora, y se escapó de allí.


Pero todavía no había atado sus cordones...


Maldijo para sus adentros que fuera torpe y que hubiera caído por segunda vez. El impacto fue el doble de fuerte, y perdió el sentido. Lo último que vió fue agua oxigenada, curitas... y unos ojos verdes pidiendo perdón.

sábado, 16 de enero de 2010


Alejo, siempre vas a estar conmigo . Nunca te voy a olvidar .

huir no basta


Dirigió su mirada hacia la ventanilla. Un cielo minado de estrellas se extendía a la distancia, y sólo captaba las figuras recortadas de los pinos y arbustos que se hallaban enraizados al suelo. Lo demás era toda oscuridad. Y le fascinaba mucho, quizás demasiado. La Luna se ocultaba, negándose a salir y mostrar sus cabellos plateados, negándose a brillar, a relucirse y a bañar con su esplendor toda la faz de la Tierra.Era tan hermoso ese momento, que logró olvidarse de la dura realidad. Cuando lo recordó, fue como un mazazo de un martillo frío, cruel e impasible. La sirena de la policía sonaba continuamente, pero no le había prestado importancia momentos antes, sumida en una contemplación silenciosa y meditabunda a traves del vidrio. Miró con rudeza al policía que conducía el auto en el que se hallaba, y luego a su acompañante, una niñata incapacitada e inexperta. Volteó la mirada, y siguió observando el cielo. ¿Cómo era posible que hubiera logrado olvidar lo que le sucedía? ¿Acaso lo que había echo involuntariamente, (o eso quería creer) era despiadado? ¿Olvidar el dolor que había pasado cuando los policías llegaron a su casa, y la sacaron a la fuerza de allí? Pero por sobre todas las cosas, olvidar a su hermana mayor, quién no se encontraba en su sano juicio para mantenerse si ella no estaba a su lado. Y todo por culpa de él. Sí, había que descargar la furia contra él, se dijo. Él es el culpable de todo, él debe pagar, él debe alejarse de su familia y no yo. ¿Qué acaso no entienden que aunque me aleje de allí, él me seguirá? Podría matar a mi hermana si así lo deseara, pensó de golpe, asustada y aterrada. Ella anhelaba que no fuera necesario llegar a tales extremos. "Maniático desquiciado, le llegas a poner un dedo encima a Kendra, y te aniquilo" pensó para sus adentros, aunque lo que más deseaba era retornar a su hogar y plantarle cara al tal Orcinus. A ver si era tan despiadado y asesino como lo pintaban. No le tenía miedo, claro que no. La muerte no significaba nada para ella. Sólo era una etapa más que debería pasar. El momentáneo estado en el que estaría después de la vida no le aterrorizaba, para ella no era el fin del principio. Era el principio del fin.Pasaron el kilómetro 666 cuándo el conductor maldijo por lo bajo, y llamó la atención de su compañera de turno. De pronto, chocaron contra algo. O más bien, algo chocó contra ellos. Y en ese momento lo comprendió. No habían huido de Orcinus, habían ido a donde éste se hallaba. A la misma boca del lobo.