Porque sencillamente se puede

Cómo podía romperse el corazón de una persona irreparablemente y aún así seguir adelante, preparando el café, comprando sábanas, haciendo camas y asistiendo a reuniones. Se levantaba, se duchaba, se vestía, se acostaba, pero una parte suya había muerto. En otros tiempos Mary Stuart se había preguntado cómo era posible vivir así, lo que despertaba en ella era una curiosidad morbosa. Ahora lo sabía. Sencillamente se seguía viviendo. El corazón seguía latiendo y se negaba a dejarte morir. Seguías caminando, hablando y respirando aunque por dentro estuvieses deshecha. Y se dio cuenta de algo que siempre había temido: que al final uno se queda solo. Era ella quien tenía que superar su desgracia y seguir adelante.

domingo, 17 de enero de 2010

Visitante.


Selene aguzó el oído. Ningún ruido parecía habitar la casona en la que se hallaba. Abrió con cuidado la puerta-ventana de su cuarto y salió al balcón. Apoyó sus brazos sobre la barandilla y contempló el mar, que se extendía a lo lejos, bramando y creando olas con espuma blanca, orgulloso e independiente. Su camisón blanco ondulaba con la brisa, moviéndose de un lado hacia otro, y lo mismo hacían sus cabellos color violeta eléctrico. Reposó su mentón encima de sus brazos y observó detenidamente a la Luna. Nubes translúcidas, etéreas y de contornos redondeados intentaban en vano taparle su presencia luminosa y potencial. Sus cabellos brillaban con una fuerza misteriosa a la luz de los rayos plateados, y revoloteaban en su espalda y alrededor de sus hombros. Enfocó su atención en la playa. A esa hora no había nadie caminando por allí. Las luces de toda la manzana se encontraban apagadas, y las de las casas también. El barrio se había sumido en un profundo sueño, del que no despertaría hasta el alba de la mañana siguiente.

La marea se encontraba alta, por lo que solo una pequeña franja de arena se había salvado de ser tapada por el agua. Las olas rompían con fuerza contra la playa, golpeándola y retrocediendo, golpeándola y retrocediendo. La Luna estaba en su fase llena, y más grande y redonda que días anteriores. Selene podía apreciar cada rasgo de ella, de su pálida blancura hasta sus cráteres grises y uniformes. Solía quedarse horas admirandola hasta que se dormía, y sus padres la encontraban con una temperatura mucho más baja de la que era normal en las personas.

Decidió que esa misma noche le prestaría atención al mar. Dejaría a un lado a la Luna, misteriosa y atrayente, y memorizaría cada ola que se formara, cada sonido que produjera y cada roca que golpeara. Miró fijamente a una en especial. Una pequeña ola que no tenía la fuerza suficiente para acercarse todavía a la playa, pero que avanzaba lenta e inexorablemente hacia ella, abriéndose paso entre las demás. Era tan delicada...

Selene no lo había detectado, pero una sombra había comenzado a moverse en la arena, dejando huellas marcadas en ella. Se movía a una velocidad inhumana, llegando a viajar incluso a la velocidad de la luz. Era una masa sin forma ni contorno, algo completamente negro que se dirigía desde el sur hacia el norte. Corría en fila recta, en la franja que el agua no había tocado, pero pronto alcanzaría. La sombra corría, volaba, o se proyectaba de un lugar a otro con extremada rapidez, pero evitaba tocar el agua, por lo que retrasaba su paso a medida que la marea subía. Y en ese mismo momento Selene lo divisó. Pestañeó dos veces para asegurarse de que lo que estaba viendo era real. Sí, ahí estaba. Una figura negra que se trasladaba hacia el norte, con una dirección no específica pero en fila recta. La Luna había cerrado sus ojos para aquél extraño y le había pedido a las nubes que taparan sus rayos y la cubrieran hasta que el forastero desapareciera de su vista.

Selene se enojó. No era justo que la privaran de la lus de sus rayos plateados. Y todo por aquél intruso...¡Qué no sabía quién era! Y lo mejor para esos casos, se dijo, si no sabía quién era, pues...había que descubrirlo.

Qué mejor forma de hacerlo que persiguiéndolo!

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